José B.
Ruiz

Reflexiones incómodas

Estas reflexiones surgen de la ponencia realizada en el “I Encuentro WOLF&BIO. Lobos, mundo rural y ecología” celebrado del 19 al 21 de septiembre en Riaño.

Sin duda, las jornadas fueron un éxito en cuanto a afluencia de público, nivel de los ponentes y grado de implicación, educación e interés por todas las partes asistentes.

Acudí a estas jornadas como ponente, representando a la figura del fotógrafo de naturaleza. Para ello preparé dos proyecciones que mostraran la magia de los depredadores en el paisaje, su dignidad y su derecho a seguir existiendo.

En muchas ocasiones en las ponencias se expuso la necesidad de tener que “controlar” las poblaciones de lobos, de “eliminar” un número u otro de ejemplares de las manadas o incluso manadas enteras. Aprendimos datos muy interesantes sobre la bio-etología del lobo, como que las manadas menguadas ya no pueden capturar animales salvajes de gran vigor y tienen mayor probabilidad de atacar a ganado doméstico.

Durante el transcurso de las ponencias fui cambiando mi apreciación sobre la presentación que debía realizar, pues a mi juicio faltaba un representante implicado en el debate: el punto de vista del propio lobo.

Cada uno puede sentirse tan cerca o tan lejos de los animales y de la naturaleza como quiera, desde considerarlos como meros objetos hasta apreciar su dignidad y derechos inherentes como seres vivos.

En mi caso, fotógrafo de naturaleza de profesión, alguien que ha pasado su vida en el campo, con amigos pastores, cazadores, guardas, conservacionistas… mi postura a lo largo de los años ha sido de búsqueda de una ética propia que me permita desarrollar mi actividad con un mínimo impacto posible. Es algo muy personal, no debemos ser jueces de las posturas ajenas y sí debemos tener nuestro propio posicionamiento, madurado y reflexionado.

A mí me ayuda mucho una forma de pensar que podría llamarse “empatía con la naturaleza” y que se trata, simplemente, de salir de nuestras ideas y necesidades y ponernos en el lado de la naturaleza. De esta forma intento sentir si esto o aquello me molestaría que me lo hicieran a mi mismo. Es lo que me lleva a posturas como no utilizar presas vivas para hacer mis fotos, a no trabajar en las inmediaciones de nidos, a evitar situaciones de riesgo para los sujetos de la naturaleza.

Por desgracia, queramos o no, generamos un impacto en el medio, pero este puede ser de diverso grado y nuestra preocupación es un buen síntoma. Esta empatía por la naturaleza hace que disfrute bajo la lluvia en el bosque, que sienta algo espiritual en la brisa del mar al anochecer o que, en este caso que nos ocupa, sienta una profunda tristeza por el lobo. Y esto último sucede por que me pongo en su posición, porque he visto de cerca los ojos de un lobo libre, salvaje, y por muchas razones más.

En primer lugar os propongo admitir varias cuestiones, o al menos que pensemos sobre ellas:

-Ellos estaban antes. Es decir, somos nosotros quienes invadimos zonas naturales. Nuestra población crece y crece y ocupamos cada vez más territorio. Hacemos cabañas en los montes, cultivos en laderas de montañas, granjas en medio del páramo. Es legítimo, pero allí hay otros habitantes a los que podemos respetar, con los que podemos convivir o a los que podemos exterminar, dependiendo de nuestra percepción sobre lo que son ellos y lo que somos nosotros.

-Perdemos el contacto con la naturaleza. Es decir, nos alejamos de ella, de que hemos comido, respirado y vivido gracias a ella.

-No sabemos frenar nuestra avaricia. En muchos casos buscamos las soluciones fáciles, cómodas, en busca de un aprovechamiento económico. De hecho, en muchos ámbitos de nuestra sociedad prevalece el dinero, nos rige y lo hemos elegido como símbolo de éxito. Muchos pensamos que la naturaleza nos pertenece y que debemos sacarle provecho.

-Ello nos lleva a pensar que la conservación debe ser rentable. Se acabo aquel precepto de “conservar por conservar”, por que es necesario, por que es más lícito que destruir. Ahora todo tiene un precio, hasta la naturaleza.

-Somos invasores, descubridores, dominadores. Muchas personas pensamos o actuamos así de forma inconsciente, la naturaleza debe ser controlada, manejada, explotada. El ser humano es quien manda y somete a las demás especies y al medio.

-La Naturaleza siempre sale perdiendo. Hay representantes exaltados de todos los sectores, pero la naturaleza no puede defenderse. Con frecuencia, ante cualquier planteamiento la naturaleza siempre pierde. Pensemos en las canteras, los vertederos, las actividades extractivas o contaminantes… Siempre los intereses económicos, políticos o sociales van a prevalecer sobre la conservación de la naturaleza.

-La vida tiene una gran importancia. Cada uno de los seres vivos con los que compartimos el planeta es un verdadero milagro, digno y admirable. El respeto a la vida debe guiar nuestros pasos. No se trata de respetar solo a especies amenazadas o en peligro, sino a todos los seres vivos, aquellos que nos alimentan y aquellos que no lo hacen.

Por mi parte insistiré en que se prodiguen, se extremen y se creen nuevas medidas preventivas. Deben primarse las actitudes reversibles, que permiten seguir disfrutando de un animal vivo, poder volver a verlo y que otros lo vean.

Matar no me parece una solución a ningún problema. Matar debe ser lo último en lo que pensar. Si no somos capaces de encontrar soluciones que no pasen por la destrucción de un individuo o de una especie, es que hemos fracasado como “especie inteligente”, “dominante” o como queramos autoconsiderarnos. No debe ser tan difícil poder convivir con las especies con las que coexistimos sin destruirlas.